La obra EN MEMORIA, fue irrumpida por las artistas, como un escenario al realizar sobre ella la performance MEMORIA VELADA. La puesta en escena de esta acción era la de la propia obra: la identidad y memoria de la galería perpetuada sobre lápidas. La performance sólo podía acontecer en el marco de la escena configurado por la instalación, es desde ella como se origina y encuentra su sentido. El problema era dar voz al espacio de la obra.
Las lápidas que conformaban la instalación EN MEMORIA fueron removidas de su lugar quedando al descubierto cada nicho, agujero o tumba. Todas ellas, apiladas una sobre otras, fueron resituadas junto a la lápida inscrita EN MEMORIA acentuando la presencia de nuestra propia memoria más que la de la galería. En este nuevo escenario la performance consistió en nuestra lectura, paradas ante cada tumba abierta, a alta voz y al unísono de los textos escritos por los artistas sobre sus obras expuestas en la galería. De estas citas, recogidas del catálogo de la galería Animal, extraímos arbitrariamente sólo algunas palabras para apropiarnos del mensaje de otro al manipular su sentido. Así nuestra acción era un oratorio en donde nosotras creábamos un nueva oración, la cual desprovista de toda narratividad era un conjunto de sonidos aislados que perdían su significado al estar pronunciados simultáneamente y separados de su contexto original. Al poner énfasis en las entonaciones y los silencios el lenguaje hablado poseía un carácter teatral en el que las palabras, como sonido, se proyectaban en el espacio. A su vez, las palabras desarticuladas y recitadas aisladamente frente a la tumba, vacías de narratividad, imposibilitaban al espectador su comprensión.
La performance, al parecer un ritual, convierte al espectador en un intruso y revela la galería como un espacio casi ideal donde el tiempo parece detenerse. Así la galería se asemeja a un templo y, es esta sacralidad del lugar la que nos lleva a actuar de espaldas y no en dirección al público, como si se quisiera respetar la intimidad de una plegaria (ningún espectador habitó el espacio de la obra mientras aconteció nuestra performance). El espectador era, durante el transcurso de la acción, una figura indiscreta al que no se apelaba ni se llegaba a expulsar, se le imponía un modo de presencia que le hacía percibir su propio cuerpo como fuera de lugar. La solemnidad de nuestra acción se constituye no sólo por la pose de espaldas, sino también, en el doble que se genera al estar ambas igualadas en un mismo lugar. Nuestros cuerpos ataviados con un ropaje idéntico (confeccionado por nosotras con telas negras y alfileres de gancho que sustituían las costuras) producían un inquietante efecto de presencia que separaba y diferenciaba la figura del espectador de la del artista. Al utilizar un maquillaje idénticos nuestros rostros eran máscaras que producían un efecto máximo construyendo en este exceso su propio significado. Nuestra aparición sobre la instalación perturba no sólo la mirada del espectador, sino también el sentido de la obra.
La performance aconteció en el último día de la instalación, momento en que debía desmontarse. Al suceder en este lapso revela el tiempo propio de la instalación, su duración. El género de la instalación es un tipo de obra que no permanece en el tiempo (salvo en algunas excepciones en las cuales se ha visto perjudicado su sentido), su pervivencia está condicionada por el espacio (lugar) y el tiempo. Como única e irrepetible idénticamente en otro lugar, para resituarla deben manipularse sus contenidos. Y es ésta pérdida la que revela nuestra performance al evidenciar el tiempo propio de la instalación en su desmontaje, asumiendo la transitoriedad como un factor condicionante del significado de la obra. Así se expone no sólo el espacio de la galería, sino también, el tiempo, el cual se revela en nuestra performance en el momento en que retirábamos la lápida inscrita EN MEMORIA y la substituíamos por una con fecha, dando cuenta de que nuestra instalación era parte de la memoria de la galería. La nueva lápida, situada en el lugar de la otra e inscrita con la fecha de inicio y de término de la obra, fija el tiempo propio de nuestra instalación y, con esto gesto, da cuenta de su propia muerte.
Una vez desmontada nuestra instalación sólo le sobreviven restos y objetos que posteriormente resituamos en el nuevo espacio en el cual se exhiben. En éste tránsito de un lugar a otro citamos nuestras obras anteriores y, al mismo tiempo, los objetos, lápidas y maletas, se reconocen paulatinamente como fragmentos pertenecientes a nuestra propia memoria como colectivo de arte. Construimos instalaciones como una posibilidad de amplificar la resonancia del lugar y nuestra propia memoria.